8 de octubre de 2011

De la democratización de lo repugnante a la democratización de la belleza. Asco, una novela de José Ángel Barrueco




La excusa para Asco (Editorial Eutelequia), la ya penúltima novela del escritor zamorano José Ángel Barrueco, nace en el crucero que una familia realiza por el Mediterráneo, casualmente en el mismo barco, el Zenith, en el que el desaparecido escritor David Foster Wallace tejió su famosa crónica Algo supuestamente divertido que nunca jamás volveré a hacer. Como ésta, Asco es un homenaje a las posibilidades literarias de la no ficción. A pesar del maltrato sufrido y las dudas lanzadas sobre el género, la coexistencia absolutamente literaria de crónica, diario de viaje, crítica social y autobiografía, la ecléctica obra de Barrueco demuestra como la no ficción puede y ha de ser literatura.

Ya de inicio el autor suspende el transcurso del tiempo para poder diseccionar en canal el espacio que le rodea, algo así como una escena congelada de la película Matrix en la que el autor, mediante un barrido visual y emocional comparte lo que ve y vive, pero también lo que siente. Una narratividad casi en tiempo real, meticulosa y precisa, hilvanada, lineal y continua, que dribla la posible sensación de que el viaje para el autor, ya ha acabado. Y eso lo logra bien pronto, con la preciosa y bordada frase que abre la novela:

En el océano es necesario desprenderse del pasado e ignorar el futuro y asumir un presente sin incógnitas ni suposiciones. (pág. 13)

El crucero es un instante detenido de una semana en el que el autor pasa revista a todo un travelling de circunstancias en forma de grotescos eventos organizados en el crucero (concurso de piernas sexys, bailes bufos, cócteles organizados con el capitán...) pero también un travelling de personajes, como el servicial camarero chileno, los tres estrambóticos personajes bautizados como el Friki, el Gañán o Tiñoso (referencia al famoso personaje de la serie de animación Érase una vez el hombre) y Edaddepiédrix, y otros personajes totalmente anónimos, cartón piedra en el gran circo ambulante en el que se convierte el crucero. Todos ellos casi tan anónimos o circunstanciales como los acompañantes del narrador, excepción hecha de su pareja, M. -con la que el primer y único beso -narrado- no aparece hasta la página 114- y de otro personaje, protagonista tapado, que me reservo comentar más adelante. Estos acompañantes son presencias percibidas como música de acompañamiento en la soledad del narrador, una forma de abstracción en primera persona absolutamente necesaria para trasladar la sucesión de escenas al lector.
           
Un segundo nivel de lectura en Asco es el de la democratización del turismo,  una tendencia ya extendida durante el siglo XX y plenamente desatada en pleno siglo XXI, en el que todos hemos pasado de ser turistas potenciales a ser turistas de facto. Como muy bien explican autores como Jorge Carrión, tanto los viajeros, como los estudiantes de erasmus o de doctorados, o las propias personas que “habitan” la ciudad son todos turistas.

La democratización del turismo, aunque interesante y atractiva, también es peligrosa, como muestra Asco, ya que es configurada y entendida desde el sistema económico y político dominante como una democratización meramente mercantilista del movimiento de las personas. El potencial poder aglutinador del turismo es malévolamente interpretado y modulado por las instituciones públicas (el turismo como política -Ministerios de turismo-) y las instituciones privadas (que observan el turismo como mero negocio, una cuenta de beneficios y pérdidas, de números verdes y rojos).

La democratización del concepto se muestra en que a pesar de que en el caso de Foster Wallace se trataba de un crucero por el Caribe lleno de americanos, y en el de Asco un crucero por el Mediterráneo lleno de españoles, tanto Barrueco como David Foster Wallace describen situaciones equivalentes.:

Mientras esperábamos, vi a algunos señores haciendo fotos de la fruta o grabando imágenes de las bandejas rebosantes de mangos y de melones. Joder, qué triste, pensé, esta gente es capaz de hacerle fotos incluso a las boñigas. Volvamos a David Foster Wallace, porque él vio lo mismo, lo que indica que la actitud de la masa es idéntica, da igual la procedencia o el tiempo:
“Casi todo el mundo a bordo del Nadir sufre la locura de las cámaras, pero el Capitán Vídeo lo graba absolutamente todo, incluyendo las comidas, los pasillos vacíos, las partidas interminables de bridge geriátrico, e incluso se sube al escenario de la cubierta 11 durante las fiestas en las piscinas para grabar al público desde la perspectiva de los músicos.” (pág. 111)

Con el desplazamiento de las personas se desplaza también su ética, su moral, los valores de los que se alimentan; es decir, todo lo bueno y todo lo malo. El sistema corrompe una herramienta, el turismo, convirtiéndolo en mero teatro de consumo, sin querer asumir las interesantes complejidades de lo que, redefinido, podría significar un paso evolutivo en la clásica tensión entre lo global y lo local, cada vez más difuminada.

De forma irreverente Asco acusa, muestra la universalización de lo repugnante, de lo irrespetuoso, lo cual nos lleva a un siguiente nivel de lectura: la virulenta crisis de valores en la que la sociedad está inmersa, antes (y quizás origen) de la crisis económica mundial. Las situaciones repulsivas descritas por el autor y las críticas que sobre ellas vierte son un homenaje rendido a la cultura, al respeto y a la educación, poniendo el acento en una crisis de valores, una crisis “de las personas”, genialmente ejemplificada en el concepto tan denostado en el libro: el “Todo incluido” resume a la perfección el engaño con el que la compañía engatusa al iluso cliente-consumista-viajero, una gratuidad inexistente (el viaje está pagado con creces) y que simplemente intenta emborrachar de sentimientos voraces que atolondren las conciencias de las personas a través de la gula, del egoísmo, de la obsesión por las apariencias, escondiendo a sus ojos la, entre comillas, bonita realidad. No ocurre así con el narrador, quien al contrario, la certifica. Veamos un ejemplo de actualidad urgente, en la visita de los personajes a Grecia:

Lo que vi por el ventanal certifica que Grecia no atraviesa su mejor momento: casas derruidas, muros desmigados y viejos o carcomidos por el óxido y la corrosión de la intemperie, individuos sin afeitar, calles y barrios en los que uno jamás se aventuraría, la clase de bocas de lobo que uno procura evitar o ante las que daríamos media vuelta, buscando rincones más confortables y menos sucios y más seguros y menos degradados. Calles sórdidas, como si estuvieran podridas, ante cuya vista uno sólo puede pensar que, de adentrarse por allí, alguien le pondrá una navaja en el cuello para robarle la cartera. (pág. 24)

La ciudad ha de estar presente en el turista del siglo XXI desde un punto de vista crítico, inmerso en una realidad global y local de la cual todos hemos de sentirnos partícipes. Y Barrueco, activista literario, lo borda, tanto en el crucero como fuera de él: este pasado martes, a las 15.11 h., escribía en su página personal de Facebook lo siguiente:

Estamos intentando que pongan una rampa en nuestro portal para facilitar el tránsito de coches de bebé y sillas de ruedas (por suerte, de las segundas no hay en el edificio) y sortear los 4 escalones. Dos de los argumentos que esgrime la presidenta de la comunidad para pasar del tema: "Bueno, al fin y al cabo el cochecito no pesa tanto" y "Anda, ¿y en el Metro, cómo hace la gente cuando no hay rampas?". El problema no es si pesa o no pesa; es que una sola persona no puede hacerlo. Mentalidad propia de este país repleto de barreras arquitectónicas. Así nos va. Acojonante.

Aprovechando la reciente presentación de Asco en Barcelona, en Pequod Llibres, junto al también escritor Francesco Spinoglio, en una de las conversaciones surgió la misma problemática del cochecito: paseando por Madrid, explicaba José Ángel, el transeúnte que comparte el espacio público (una acera, el metro, etc.) con él, no facilita el paso. La indignación en Barrueco no es sólo artefacto literario, sino que es conciencia convencida y visceral.

Precisamente relacionado con el cochecito, introduzco ahora al que me parece el otro de los personajes protagonistas de Asco, un protagonista “tapado” si se me permite: el bebé, el hijo de dos de los acompañantes del narrador durante el crucero. Y digo “tapado” porque aunque con estilo y de puntillas, de forma tangencial, son continuas las referencias del autor a la presencia del bebé durante el viaje, a sus sonrisas, a la manera en que los integrantes disfrutan de su compañía... Un personaje que contundentemente abrirá el espectro de posibilidades al final de la novela (Asco es la primera parte de una trilogía a la que seguirán Angustia y Alumbramiento), en una última frase que dejo silenciada para el lector.

Son innumerables las referencias críticas a las antipatías mostradas por ciertas personas hacia el bebé, molestas. Extraña ver a adultos practicar juegos infantiles, hacer el tonto con bailes absurdos y desvergonzados, para luego mostrar ausencia de cariño y empatía hacia el niño. Si a ello le añadimos la gula, la necesidad de crecer en la apariencia y la abundancia, una falta de cultura alarmante, el autor tiene unos cuantos pecados capitales con los que volver a rodar Seven. Su visceral y frontal ataque lo afronta de forma constructiva, en un claro homenaje a la cultura: la intertextualidad como motor creativo de la novela, con continuas y nada escondidas citas a escritores (Bolaño, Scarpa, Pahlaniuk, Thomas Bernhard -especial homenaje a su narrativa-, Hemingway, Schopenhauer y claro está Foster Wallace) y a películas (Tiburón, Red de mentiras, Todos dicen I love you...) que marcan al narrador/autor, a su obra y persona. Citas que de forma embriagadora, sobre todo en los excelentes capítulos dedicados a la estancia en Venecia, constituyen una joya literaria en forma de sampleado continuo de fragmentos del libro de Tiziano Escarpa Venecia es un pez. Una guía, donde el autor hace del intertexto, de la cita, escritura real, apropiándose de ella e incrustándola en la página como quien inserta un vídeo youtube en un blog, de forma absolutamente natural y fluida. Homenajeando a la cultura, a sus maestros y autores de cabecera, Barrueco construye literatura de alto nivel:

No hay coches en Venecia y eso me gusta.
Hay tráfico marítimo en Venecia y eso me gusta.
Recorre uno los callejones de Venecia y pasa bajo sus puentes igual que si estuviera explotando una ciudad sometida a huracanes e inundaciones y eso me gusta. La entrada a la ciudad es un lío de barcas y de lanchas, un delirio de motores y de velas y de remos y de cascos viejos o relucientes. El tráfico fluvial es tan denso y tan alocado que el puerto de Venecia conserva algo del tráfico aéreo que hemos visto en las películas de ciencia-ficción como Star Wars, Blade Runner o Minority report. Es lo mismo, idéntico jaleo de vehículos y de ruidos y de conductores locos, pero en el agua en vez de en el espacio o en los cielos, por encima de los tejados de los edificios inmensos. Scarpa dice:
En las calles seguirás subiendo y bajando, Venecia nunca es llana, es un continuo desnivel, está llena de gibas, protuberancias, chichones, espaldas jorobadas,d epresiones, hondonadas, cumbres; las fondamente descienden hacia los pequeños canalers, los campi están festoneados de alcantarillas como botones hundidos en un mullido sillón.
(pág. 94)

Utilizar filias y fobias provoca que la obra bascule hacia una narrativa del Yo nada egocéntrica, sino compartida: autoconocimiento expuesto del personaje principal, de quién acabamos sabiendo tanto o más que de la sociedad opulenta que viaja a la Monty Python en un crucero llamado Zenith. El autor nos permite acompañarle, ejercicio de empatía en grado máximo, y compartir su visión expandida de la vida, de la cultura, del arte, apareciéndose por primera vez un crucero en el que no todo es asqueroso:

            (...) La Plaza de San Marcos, donde proliferan el jaleo y el tráfico de góndolas, vaporettos y lanchas. era como regresar a las pinturas de Canaletto y de Van Wittel que representan el Bacino di San Marco. Era igual que introducirse en la irrealidad real de un cuadro. Barcos cruceros, traghettos, lanchas, góndolas, taxis acuáticos, vaporettos, barcas modestas, pesqueros... Un cruce de caminos navegables, una estampa de aguas verdes y remolinos de espuma que yo quería aprehender y fotografiar y describir, pero es muy difícil describir la belleza con exactitud. (pág. 97)

Al contrario, la belleza sí ha sido descrita y compartida.
Quedémonos con ella.

Sergi de Diego Mas

1 comentario:

Anónimo dijo...

te encontréeeeeeeeeeeeeeeeeee
después de años
holaaaaaaaaaaaaaa