26 de octubre de 2013

Contra el silencio: Martín Caparrós y Germán Pareja [en el dentista, pensando en "Comí"]

No me gusta ir al dentista, pero no es el dolor, pues éste no existe. La anestesia de la emoción es aséptica, huele a formol, y a dentrífico, combinación extraña que utilizo como sinónimos artificiales. El dolor es, en mi caso, una reacción espasmódica, involuntaria, un reflejo de arcadas provocado por los elementos aspiradores que mi cuerpo pretende alejar, pequeñas tuberías, cilindros de plástico que, como un agujero negro supermasivo, succionan el polvo, el líquido que descansa, bucal esfera, junto a los restos minerales del diente que el taladro, broca dental, torno de diamante afilado, desintegra, rebajando el esmalte, el calcio consumido por la plaga bacteriana, un minúsculo agujero negro que será engullido por aquel otro supermasivo. En casa de Germán, mi dentista, la lucha es doble, triple, múltiple. Abandonas el wifi, los cuadros de Tintín, del profesor Tornasol, del capitán Haddock, los números atrasados de National Geographic en la sala de espera, antesala, fase previa. No hay dolor dentro, en aquella silla mecánica, aquel foco de luz dirigido a los ojos (No. Dirigido a la boca, pues no deslumbra, aunque los ojos siempre se dirijan a él y, engañados, piensen que la mirada, como la de los amantes, es recíproca) pero el silencio, el zumbido agudo del taladro, otro tipo de lápiz, es un sonido punzante, similar al del violín mal tañido. Germán lucha contra la placa, contra la caries, la infección de los sentidos, y a la vez lucha contra el silencio agudo de la máquina, y me habla de Rimbaud, de Kafka y Praga, de Pessoa y Lisboa, trata de que el diálogo interrumpa el tiempo detenido por ese torno, consciente de que es una batalla, como todas, imperfecta, una lucha contra el monólogo, contra su propia voz, una lucha repleta de pausas en las que inquiere, me busca. Y yo respondo, Y hablo de Rimbaud, de Kafka y Praga, de Pessoa y Lisboa, de Roland Emmerich y Ballard, y también recito el capítulo 14 de "Comí", la novela, crónica, autocrónica, vida, cuerpo (redundo), poesía, en fin, de Martín Caparrós:

"Cada comida es un mundo de pequeñas o grandes diferencias, un compendio de la diversidad, hasta la boca: cuando pasa la boca, cuando empieza su descenso a las honduras de su infierno, cada comida es demasiado parecida a las demás comidas. Una bola de pan y una bola de carne y una bola de mango o manzana o canelón rossini empiezan a parecerse cuando la boca las deshace. La boca es una máquina de banalizar comidas, de destruir milenios de cultura. La boca es un enemigo grave y el mal necesario de cualquier comida y más hace cien años, cuando, a esta altura, yo sería un desdentado."

"Que le falta muy poco: el tiempo del dentista es la quintaesencia de una de las formas del tiempo que más usamos: el tiempo que sólo espera su final, que sólo sirve para acabarse de una vez, ojalá pronto. No hay nada que queramos de él, sólo que pase. Es el tiempo de casi todos los empleos, el tiempo del transporte, el tiempo de las obligaciones que una supuesta meta justifica. Hay pocas ideas del tiempo que nos ocupen tanto tiempo -y es, sin querer queriendo, la más triste."

"Uno sabe -en general, antes de transformarse en un paciente- más del dentista que de cualquiera de sus médicos: uno construye con el dentista una relación más larga, hecha de más encuentros y dolores que los que suele tener con cualquier médico."

"Tengo, en mi boca, sus herramientas de silencio. Él me habla aprovechando ese silencio: eludiendo el diálogo. A veces me dice hágase un buche y yo aprovecho, me demoro, termino por decir unas palabras."

Ambos, Germán y Caparrós, Caparrós y Germán, vencedores contra el silencio.

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"Comí"
Ed. Anagrama, 2013


Germán Pareja
Odontología integral en Poblenou


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