18 de noviembre de 2013

Oxímoron: 26 de septiembre - 18 de noviembre

26 de septiembre

Me preguntaban qué significaba, qué quería decir con ello. Con el adjetivo extraño, me refiero. En la vuelta a casa la noche es como un libro cerrado. Me encuentro, por reiteración, en la calle Llull, donde mi mirada átona congela un fotograma extraño, el episodio estático [un fotograma, reitero] de una ambulancia y un autobús enfrentados. La ambulancia y sus luces celulares encendidas invaden el tramo urbano en contradirección. El autobús, solícito, iluminadas sus entrañas de luz inquieta y blanca, huele a urgencia, a silencio. Lo extraño como atributo es algo lógico y definitivo. Un oxímoron reinventado. ¿Cómo teje la araña un hilo de tres metros de longitud? El cable de un funambulista es el equilibrio ecosistémico que diferencia la vida de una vida cualquiera. De lo inverosímil. Del no saber que sé, o que un día supe.


18 de noviembre

Me despierto recordando fielmente el sueño. En un bar subterráneo, de algún barrio periférico ficticio y posible, a cuya entrada se accedía a través de un zoco demasiado parecido a los mercadillos semanales de los municipios catalanes costeros (pienso en Cunit, en Segur de Calafell), en ese bar, decía, imagino (porque invento) un jersey negro, de espalda completamente azabache, con un frontal manchado por pequeños cuadrados geométricos, caóticamente dispuestos, de vivos y reflectantes colores. Verdes y azules de espectro múltiple; fucsias y lilas horizontales, diversos; naranjas, rosados y colorados fluorescentes. Perdía, había perdido aquella menudez de tela adornada, y la recordaba al marchar de aquel bar, o discoteca, o subterráneo bajo el zoco y únicamente bajo él, pues recuerdo que tenía una sala abierta al cielo (otro oxímoron), un patio interior subterráneo desde el que de forma imposible se vislumbraba, cenital, el celeste en plural, con sus nubes y fachadas, balcones de ropa tendida, collage y colmena. Perdía en el sueño aquel jersey, y lo buscaba y sólo encontraba (una tras de otra) en las estanterías del bar las piezas de un fondo de armario (acaso el mío) robusto y profundo, piezas que ya debía haber perdido en alguna otra ocasión, sin caer en la cuenta de ello, todas ellas bien plegadas y planchadas. Camisetas reales. Pantalones antiguos, denostados, enterrados. Camisas olvidadas que parecían olvidadas. Una chaqueta tejana con una cartera antigua, hinchada, repleta de documentación extraviada. Un DNI. Una fotografía. Una tarjeta de crédito. Una moneda apátrida, otrora extranjera. Puede todo ello ser un acto de reivindicación de la memoria. De que la casa, el recuerdo, se encuentra en cualquier rincón de un mueble siempre inabarcable al ser, por fin, nuevamente abierto.

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