22 de junio de 2006

La compañera de Frank

Soy la compañera de Frank. Estoy en una habitación, completamente a oscuras. La lluvia golpea los cristales de las ventanas, y la tenue iluminación que llega a través de ellas desde las pocas farolas encendidas en la calle forman extrañas sombras en las paredes. El aire de la noche es denso, frío, todo queda envuelto por un inquietante silencio, sólo roto por las pisadas en los charcos de agua de los que huyen a sus casas. Y roto también por las pisadas de Frank. Desde la ventana empieza a vislumbrarse su figura estilizada, aproximándose con un caminar lento pero seguro. Frank viene a verme. A mí, a su compañera.

Le veo acercarse, y veo su vida, siempre movida por el motor de la mentira, de la violencia... Nunca pude acostumbrarme a ser su pareja de baile, a vivir atrapada en la dictadura del miedo y la amenaza. Su cabello, prematuramente blanco, parecía indicar todas y cada una de las barbaries cometidas: aquel ajuste de cuentas con la familia Risotto en la terraza del Loren's, los cuerpos inertes de aquellos chavales que minutos antes jugaban a canicas, el cabello rubio ensangrentado de aquella chica que sólo quería ser feliz con otro, o tantos otros recuerdos de los que no sólo compartí presencia, sino también culpa. Y ahora venía a verme a mí, a su compañera de siempre.

Allí le esperaba, en la habitación. Su silueta había desaparecido de la calle, el sonido de la llave en la cerradura rompía el silencio, la puerta se abría y delante mío tenía un hombre perdido, ahogado en su perv
ersión. Se acerca a mí, poco a poco, me sonríe, me arropa en sus manos, acaricia mi cuerpo, y me dice:

- Tú sí me comprendes, ¿verdad? Eres mi compañera, mi vida.

Y me acerca a su cabeza, amartilla su vida y aprieta el gatillo.

Me obligó a levantar la voz, como tantas otras veces, pero en esta ocasión contra él. La niebla del disparo cubrió el precipio inabarcable de lo que había sido una vida oscura. Mientras el cuerpo de Frank caía al suelo, con un reguero de sangre brotando de la sien, su mano se abría, dejándome ir, ya para siempre.

Me quedaba sin compañero, pero todavía condenada a seguir matando.



8 comentarios:

manuel_h dijo...

genial!!

sergisonic dijo...

¡Ya será menos, cabr$#%&s!
Sí que es alargada la sombra de Will Eisner, sí (como la tuya, maestro sonámbulo-a-contraluz, o como la vuestra, escritor desde abril), mucho más que mis letras.

¿En qué obra era, Raule? ¿Tambien en The Spirit? Me lo dijísteis aquella noche y aún no he sido capaz de encontrar la historia para leerla.

¡Saludos sónicos!

Anónimo dijo...

Si no va a dejar de matar ¿quiere decir que es el primero de una serie? ¿Sí? Va, digues que si...
Molts petons no sé si sònics, però si sonors
;)

Una altra vegada: Bona revetlla!

g. dijo...

Uich! (Pero me encantó ;-)

sergisonic dijo...

mad, la compañera de frank no sabe hacer otra cosa... no sé si quiero saber más sobre su vida futura. ho penso, val? un petó, sònic i sonor.
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mamen, apúntate el palabro que te lo presto :P
besos brujos
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uich, empiezo a entender, gracias :P

Anónimo dijo...

A veces se hace difícil condenar..

Lo has escrito muy bien, eres todo un profesional ;-) pero que miedoooo :)

Un besito

sergisonic dijo...

De nada, Miss Penurias. Es un placer, como lo es tenerla aquí.
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A veces son condenas innatas, Brisa. Un castigo para toda la vida.
Me encanta verte por aquí :-)
Un beso.

Anónimo dijo...

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