A esa hora sólo se escuchaba la luz de las farolas encendidas. Cerré el portón y apoyé mi rostro en él, acariciando mis manos su madera desgastada. Bajé la mirada, y a través del alboroto de mis cabellos negros, pude ver en la escalinata unos granitos de arena de playa que me observaban, sin saber si me decían hola o adiós. Mientras tanto, escuchaba sus pasos alejarse: primero descalzos, luego en sandalias.
5 comentarios:
La verdad es que me he quedado en la primera frase. Lo demás creo que está bien, pero la primera acojona: creo que las farolas encendidas sólo suenan cuando nadie las quiere oir. Una poética imagen de soledad extrema.
Cierto que todo tiene vida...
;-)
A lo mejor era cosa de seguirlos
Como el camino de las baldosas amarillas
Se feliz
He podido sentirte sergi... y escuchar esas mismas farolas..
Besitos
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