Un siglo de nubes aglomeradas. Barcos fantasmas que llegan y parten. El
mar más hondo, más vasto. El loro de la jaula de bambú hablaba varios idiomas.
El capitán del daguerrotipo tenía las mejillas pintadas de rojo. Se trajo del
trópico una muchacha medio desnuda a la que tuvieron encadenada en el ático
incluso después de que él muriera. De noche hacía sonidos que parecían cantos.
El capitán habló de una raza de hombres que subsistían sólo con aromas florales.
Esto hizo que su mujer y su madre rezaran una plegaria para la salvación de las
almas no bautizadas. Una vez, sin embargo, sorprendimos al capitán quitándose
la barba. ¡Era falsa! Debajo tenía otra barba de aspecto igualmente absurdo.
Era la época de las terrazas de observación ocupadas. Aún se usaban las lenguas
muertas del amor, pero también mucho silencio, mucho gritar silencioso a todo
pulmón.
De El mundo no se acaba
premio Pulitzer de poesía 1990
(Vaso Roto Ediciones, traducción de Jordi Doce)
No hay comentarios:
Publicar un comentario