3 de noviembre de 2015

Setecientos millones de rinocerontes, de Manuel Vilas.


Exactamente a la 01:43 de la pasada madrugada me he despertado, inquieto. 

A esa hora la radio ya no me sirve, así que he encendido la luz y me he levantado a por un vaso de agua. 

El ordenador estaba encendido, y no me apetecía sentirme observado. 

Lo he apagado. 

En el camino de vuelta a la cama he agarrado de la mesa del comedor uno de los libros pendientes, esa bendita cordillera de ocho miles. Por seguir con las cifras, era "Setecientos millones de rinocerontes", de Manuel Vilas. 

He leído mucho este año, y más que leeré. 

También he leído mucho a Vilas. 

Mucho. 


Pero lo que he leído en el capítulo introductorio de "Setecientos millones de rinocerontes" no lo había leído jamás. Es directamente imposible haber leído algo semejante, algo tan misteriosamente íntimo y estimulante y expansivo como esto. Y es imposible porque nunca antes había leído un rinoceronte. Manuel Vilas tenía que ser el primero. Esto es asi: este texto es un rinoceronte. Aún no sé cómo serán el resto, pero sé positivamente que este texto es un rinoceronte. 


Y lo sé porque este texto es la vida.




SETECIENTOS MILLONES DE RINOCERONTES

Manuel Vilas


Vivir es un rinoceronte 



Las danzas de la vida son historias que yo cuento. Cuento historias que hablan de bailar mientras nuestras vidas duran. Estaba pensando en la vida como un humilde e inexpresivo baile en el tiempo. Un baile de rinocerontes, de seres corpulentos. En el cuerpo de los rinocerontes, en la masa tangible, está contenido todo: el amor a los padres, el amor a las ciudades, el amor al hecho físico de respirar, el amor a la locura, el amor a la soledad, el amor al amor. Las danzas de la vida tatuadas en la parsimonia hierática y misteriosa de un rinoceronte.


Setecientos millones de rinocerontes es un manual paliativo para personas que hayan sufrido algunos de los padecimientos psicológicos avanzados que en este libro se detallan, especialmente el simple y llano padecimiento de vivir, de estar vivo, y sus infinitos derivados, algunos aún por catalogar.


En realidad, yo llamo trastorno del rinoceronte al hecho en sí de existir, de vivir, de pasar por este mundo.


El rinoceronte es el animal totémico del siglo XXI. Su pasividad ante el incendio de la raza humana es nuestra pasividad.


El rinoceronte es el estado sólido de la existencia. Materialmente, existir es un rinoceronte.


Porque los rinocerontes se caracterizan por su gran tamaño. La existencia de los seres humanos es un megarrinoceronte.


El escritor rumano Eugène Ionesco escribió una obra de teatro titulada Rinoceronte, donde se maltrataba a este animal. Fue denunciado por ello y hubo una condena a muerte que no se cumplió, injustamente.


Como digo, Ionesco fue llevado a los tribunales por maltrato animal. Este hombre, que escribió en francés y no en rumano, pues si hubiera escrito en rumano, su maltrato a los rinocerontes habría pasado desapercibido, pensaba que los rinocerontes son seres abominables.


No sé si recuerdan ustedes que en el siglo XX florecieron unos señores extremadamente malignos llamados Stalin y Hitler. Pues bien, Ionesco pensó que los seres humanos, por influjo de Stalin y de Hitler, nos convertimos en gregarios rinocerontes.


Estaba equivocado.


El rinoceronte es amor, es dulzura y es pasión.


Mucha gente que ha sido declarada médicamente muerta y que de forma milagrosa ha vuelto a la vida dice haber visto una luz.


De entre estos regresados hay unos pocos que, bien porque han recibido el don de la iluminación, bien porque permanecieron muertos más tiempo, lograron ver qué había un poco más allá de la luz. Y un poco más allá de la luz, cuando consigues ver qué hay detrás de esa alegórica luz, te topas con una manada de setecientos millones de rinocerontes.


Es una medida justa: setecientos millones.


Los rinocerontes viven como nosotros, pueden llegar a los ochenta años.


Pueden alcanzar un peso de tres mil seiscientos kilos. Es verdad que los elefantes pesan más, pero los elefantes no encierran el significado de la existencia humana.


Y además, los elefantes no nos interesan.


Están muy vistos. Todos los circos de la Tierra tienen elefantes. Y los zoos también.


El rinoceronte, en cambio, ha sido incomprensiblemente desplazado, orillado. El rinoceronte es un ser resplandeciente, luminoso, sencillo y noble.


El rinoceronte, como los mejores seres humanos, es un animal solitario. Siempre ha estado aquí, en la Tierra. Deja de ser solitario si se encuentra a otro rinoceronte con el que valga la pena estar.


El rinoceronte hembra se llama abada.


Claro que vivir es desamor, es alucinación, es deterioro, es matrimonio, es familia, es crimen, es alegría y es barra libre, es «champán para todos».


Vivir es un rinoceronte.


Llamamos rinoceronte a la oxidación, al envejecimiento, a la avería, a la catástrofe.


Igualmente, llamamos rinoceronte al júbilo, a la belleza, a la pasión, a la fraternidad.


El misterio de vivir es un rinoceronte.


En efecto, querido lector, estás ante un libro de autoayuda para alcohólicos impenitentes, que no anónimos.


Soy un ferviente defensor de la antisiquiatría cósmica, porque el universo, con sus planetas y sus galaxias, también está trastornado.


Cómo explicar todos esos fenómenos físicos que acontecen en el espacio sideral sino como trastorno de la materia, y de la antimateria.


Porque la antimateria aún está más trastornada que la materia, si es que esto es posible física o matemáticamente.


Yo creo que nadie está loco, como mucho puede estar borracho, que ya es suficiente en términos globales.


Pero la dipsomanía no debe ser culpabilizada. Pues en verdad los seres humanos somos criaturas inclasificables, originales y en extremo ebrias.


Hace doce años obtuve el título de licenciado en Psicología Clínica por la Universidad Nacional de Educación a Distancia, en el Centro Asociado de Teruel. Hace tiempo, los políticos en España pensaron que estaba bien que la gente estudiase carreras universitarias a distancia e inventaron la UNED. En alguna medida, esos políticos y profesores fueron pioneros del mundo virtual y del mundo líquido, del mundo ingrávido en el que vivimos todos ahora. De ahí que haya tantos trastornos psicológicos, filosóficos y vitales.


Teruel es una ciudad española (bastante desconocida, está situada al noreste peninsular, más o menos) en la que yo vivía en aquellos años. Obtuve mi licenciatura turolense con excelentes calificaciones, dada la calidad de mi prosa especulativa.


Hace diez años que me dedico profesionalmente a la psicología clínica en la ciudad de Cádiz. Cádiz también es una ciudad española; Cádiz, en concreto, cae en el sur peninsular, muy al sur diría yo, a diferencia de Teruel, que, como ya he dicho, cae en el noreste peninsular.


Este libro, por consiguiente, surge de mi dilatada práctica profesional, después de haber oído con detenimiento y con cariño a muchos de mis pacientes. Casi todos dipsómanos.


Detrás de cada uno de los testimonios que componen Setecientos millones de rinocerontes hay un paciente, y por tanto un excelentísimo ser humano en el que late la extrema carnalidad y la extrema y contundente materia de un rinoceronte blanco; late, como digo, un ser humano a quien traté en mi diván y a quien por supuesto no curé, porque la vida y el rinoceronte no tienen cura alguna.


Bueno, diván no tenía, eran muy caros. Tenía un sofá normal, que compré en Ikea, pero daba el pego.


Prosigamos: cómo va a tener cura la vida, permitan que me ría un poco, siendo la risa otro de los más célebres y aplaudidos trastornos.


Como es obvio, todos mis pacientes están muertos. Y el presente libro se publica a título póstumo. Padezco una enfermedad terminal.


Mi última voluntad es, precisamente, que este libro vea la luz una vez que yo ya no esté en este mundo y así ya no pueda seguir trastornándome.


Quisiera ser recordado por esta máxima: «Vivir es convertirse en un rinoceronte». Todo ser humano llega al último suspiro de su vida metamorfoseado en un ser completamente distinto del que pudo llegar a imaginar en su más tierna infancia o sediciosa adolescencia o indómita juventud, porque vivir es dejar de ser el que se fue para siempre, es cambiarse, es rodar, y rodar por carreteras secundarias y caminos vecinales y autopistas internacionales y por calles y por aceras y por pasillos sin nombre; vivir es una transformación y un desgaste.


Nunca volverás a ser quien fuiste.


Y puede que no soportes eso. Puede que no soportes la presencia de ese rinoceronte.


Vivir es convertirse en setecientos millones de rinocerontes.


Las ruedas de un coche se gastan y se trastornan.


Y el trastorno es la gracia de la vida, una gracia dura, muy dura, pero gracia al fin y al cabo. Si no te desordenas, hermano, es que no has vivido.


Desconfía de aquellos seres que siempre vivieron bajo el orden.


Dios mismo se trastornó tanto que creó al rinoceronte, una muestra obvia de su furioso trastorno.


Es allí adonde quería ir a parar: es aceptable y normal que existan perros, gatos, pájaros, ciervos, tigres, monos, mosquitos, osos y lobos.


Pero la existencia del rinoceronte manifiesta una desviación de la Naturaleza, es un animal gratuito.


La Naturaleza creó al rinoceronte como un recordatorio poético.


La Naturaleza se desordenó y creó al rinoceronte.


El hombre se trastornó a imagen de Dios y creó la Historia y, en fin, pongamos aquí un largo etcétera.


Y vayan estas líneas exclusivamente para ti, amor de mi vida, mi dulce X., y vayan para ti porque deseo decirte que el trastorno no es insania, ya sé que me viste muchas veces al borde de los más altos acantilados, como un mesías lóbrego, aunque augusto.


Tú, mi abada.


Te diré, dulce X., que el trastorno es pasar de la normalidad a la excepcionalidad, del orden gris y acartonado a la festividad sustancial e imprevisible del rinoceronte.


Todo ser humano tiene derecho a ser libre y a estar enamorado.


Por tanto, todo ser humano tiene derecho a convertirse en un rinoceronte.


Todo ser humano tiene derecho a emprender un viaje hacia lo desconocido, hacia las Indias, hacia África y Asia, hacia el horizonte marino, hacia el ceremonioso unicornio, para saber qué hay más allá de ese horizonte que los océanos esconden.


Pensé que una buena metáfora de la vida vivida eran setecientos millones de rinocerontes rompiendo la luz.


La memoria es eso, setecientos millones de rinocerontes a la vez.


Conviértete en un rinoceronte.


El rinoceronte es un trastorno enamorado.


Trastórnate. Es delicioso.


 


CRISTÓBAL COLÓN


En la ciudad de Cádiz,

a 4 de marzo de 2021.



1 comentario:

anna dijo...

impressionant!

a la wish list!

gràcies