CREDO
Creo en la memoria del píxel como creo en el poder del viento sobre la tierra.
Creo en la videocámara Panasonic MC30, en figuras y rostros de clase trabajadora paseando por Mallorca y montañas suizas.
Creo en el silencio del espacio, en el no discurrir del tiempo, en la invisibilidad de la imagen, en la anestesia de una falta.
Creo en los puzzles incompletos, en las búsquedas confusas, en el Seat 127 que llega con el motor recalentado.
Creo en el tapizado del Renault 5 B-6203-FH y en el gris metálico del Opel Kadett B-5944-KZ.
Creo en la invención de la dirección asistida.
Creo en la siesta y en los sueños como creo en el reposo de la primera ley de la dinámica y en la entropía del segundo principio de la termodinámica.
Creo en la obsesión por los sistemas espontáneos y en el silencio (otra vez) de las palabras.
Creo en el desequilibrio del recuerdo y el futuro, en las vidas que ocurren en intervalos de cinco minutos.
Creo en la belleza de lo ininteligible, en la extrañeza de la comprensión, en la contradicción como variable en constante equilibrio.
Creo en todo y también creo en vano.
Creo en la circularidad de los caminos, en los campos de flores marchitas y en semillas que esperan la llegada de un momento adecuado.
Creo en el poder de la voz registrada en un magnetófono, en la radio de un coche y la frecuencia modulada, en el gol de Koeman en Wembley, en los pañuelos doblados dentro de los bolsillos, en el despertador a las 5 de la mañana, en las cañas de chocolate y crema de los sábados, en las partidas de parchís, en los clicks de playmobil y en las bolas de petanca.
Creo en el poder de una playa y en la polisemia del cemento.
Creo en el milagro de una TV en domingo por la tarde, creo en la magia de esa TV que retransmite un partido de fútbol y muestra un fuera de juego en una pantalla a rayas del Canal Plus.
Creo en el milagro de su TV.
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